Reseña: ‘Retrato de una mujer en llamas’, cuando el cine hace magia


Título: Retrato de una mujer en llamas 
Título original: Portrait de la jeune fille en feu
Dirección: Céline Sciamma
País: Francia
Duración: 120 minutos
Fecha de estreno: 2019
Sinopsis: Francia, 1770. Marianne, una pintora, recibe un encargo de una condesa que consiste en realizar el retrato de bodas de su hija Héloïse, una joven que acaba de dejar el convento y que tiene serias dudas respecto a su próximo matrimonio. Marianne tiene que retratarla sin su conocimiento, por lo que se dedica a investigarla a diario.

El cine tiene algo especial. Algo único que lo convierte en una parte esencial del ser humano. Pero cuando esta forma de arte se utiliza para transmitir historias tan bellas como la que Céline Sciamma nos muestra en Retrato de una mujer en llamas, el cine se disfraza también de sanador de heridas. Y, bajo la sorpresa de cualquiera, su nuevo trabajo logra sanar toda clase de heridas. Incluyendo las que este mismo provoca.

Como si de una maga se tratara, el nuevo truco de magia de la directora francesa Sciamma viene acompañado de una obra tan evocadora y sentimental como atrevida y poderosa. Lo hace jugando con los sentimientos de los espectadores, llevándolos de un extremo a otro como si fuera lo más sencillo que hubiese hecho nunca. La sensación final es amarga, sí, pero también dulce. Porque pese a la dureza de la narración, pese a la crudeza de un guion tan romántico, auténtico e imposible que duele, cuando acabas la película quieres volverla a ver como si se te fuera el alma en ello. ¿Y acaso no es el mejor cine aquel que invoca a las almas para hacer con ellas lo que quiera?

La historia nos presenta a Marianne, una artista que, bajo la grandiosa interpretación de Noémie Merlant, es contratada para realizar el retrato de la dama Héloïse. Esta última, cuyo papel cae en manos de la galardonada actriz Adèle Haenel, no ha de enterarse de la misión encomendada a Marianne, puesto que el dibujo de dicho retrato significaría la neutralización final de un matrimonio que no desea. Sin embargo, el reto que supone dibujar a alguien sin que esa persona note nada extraño pasará factura a Marianne, que tendrá que fingir que es su dama de compañía para pasar más tiempo al lado de ella. Pero el amor no entiende de dibujos ni de retratos. Y, en tanto que una dibujaba a otra acercándola cada vez más a un temido destino, en lo más profundo del corazón de ambas se empezaba a forjar algo que ningún pincel sería incluso capaz de reflejar.

Sciamma nos regala en Retrato de una mujer en llamas una historia de amor que poco se asemeja a los típicos clichés que ya estamos acostumbrados a ver en el mundo del cine. De hecho, el romance lésbico que la cineasta nos cuenta en el filme es absolutamente bello e innovador, toda una maravilla visual que jamás antes había visto en la gran pantalla. El velo que cubre el rostro de Héloïse al inicio de la película y que va cayendo conforme suceden los minutos es una representación de lo que significa la relación entre las dos protagonistas. Sus corazones, en un comienzo cerrados, se van abriendo paso para llegar a una unión cruelmente honesta. Una unión que, cuando finalmente llega, lo hace también para todos los espectadores. 

Al igual que logra con Petite Maman, su último trabajo, cada plano está cuidado hasta niveles insospechados. Nada sobra en esta película y cada imagen consigue complementarla incluso más. Qué visualmente bonito es ver cualquiera de las cosas que hace Céline Sciamma. Pese a que la encomendación de hacer un retrato es la esencia de la trama principal, la pintura está presente durante toda la visualización de la misma. Chapó. Qué gozada cuando el cine nos hace estos regalos. Son para toda la vida.


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