Entrevista a Manuel de los Reyes, un emblemático traductor español

Este es, sin duda alguna, uno de los mejores artículos que vaya a tener la posibilidad de publicar en el blog. Ha sido para mí todo un placer y todo un orgullo poder entrevistar a Manuel de los Reyes, un emblemático traductor que día a día sigue contribuyendo para que los lectores españoles podamos leer auténticas obras maestras de la literatura extranjera. ¡Espero que disfrutéis de la entrevista tanto como yo he hecho haciéndola!


SOBRE MANUEL DE LOS REYES



Manuel de los Reyes es licenciado en Traducción e Interpretación por la Universidad de Salamanca. Trabaja en el sector editorial desde el año 2000, cuando tradujo su primer título meses antes de aprobar los últimos exámenes de la carrera. A partir de entonces, su bibliografía ha ido engrosando hasta abarcar más de un centenar de juegos de rol, cómics y novelas de distinta temática, con especial hincapié en los géneros del terror, la fantasía y la ciencia-ficción. Son frecuentes las reseñas positivas sobre su labor, tanto en círculos aficionados como profesionales, y entre sus clientes habituales se cuentan algunas de las editoriales más prestigiosas de España. Además de impartir talleres, participar en ponencias y entrevistas, y escribir artículos divulgativos (todo ello relacionado siempre con su profesión), ha traducido obras de autores tan emblemáticos como Isaac Asimov, H.P. Lovecraft, Ken Follett, Ted Chiang, Richard Morgan, Peter Watts, Lois McMaster Bujold, Paolo Bacigalupi, Robin Hobb o Brandon Sanderson, por nombrar tan solo unos pocos. En la actualidad desempeña su labor desde la andaluza ciudad de Granada. Se puede encontrar más información sobre él y su trabajo en su página web.


 ENTREVISTA
   
  1. ¿Qué es lo que le indujo a dedicarse a esta rama dentro de la literatura?

Siempre he sentido pasión por los libros, desde pequeño. Aprendí a leer de forma autodidacta a base de devorar cómics, los cuales constituyeron mi principal fuente de entretenimiento durante muchísimos años y enseguida me abrieron la puerta al placer de la palabra escrita en todas sus formas. Ya en la adolescencia comencé a colaborar con revistas y fanzines en los que publicaba mis propias historietas, guionizadas y dibujadas por mí, y poco después me animé a crear relatos, poemas… Leer y escribir, ese ha sido mi mundo prácticamente desde que tenía uso de razón, y en la traducción de textos literarios se aúnan a la perfección mis dos grandes pasiones. Cuando llegó el momento de elegir una carrera que cursar antes de introducirme en el mercado laboral, por tanto, no podría haberlo tenido más claro.


  2. ¿Cuántos idiomas domina? ¿En cuál de ellos se siente más cómodo a la hora de traducir?

Después de tantos años inmerso en esta profesión tan bonita pero exigente, reconozco que dominar, lo que se dice dominar, sospecho que yo ya no domino ningún idioma. Ni creo que lo llegue a conseguir nunca. La zozobra en un mar de incertidumbres lingüísticas ha terminado convirtiéndose para mí en algo así como el estado natural de las cosas.
Con dudas o sin ellas, no obstante, diré que mis lenguas de trabajo son el inglés y el español, las únicas en las que he recibido una esmerada formación académica. Durante más de diez años residí en Stuttgart y no me quedó más remedio que aprender a desenvolverme con el alemán, pero ni me han ofrecido nunca traducir nada de la lengua de Goethe ni creo que me atreviera a hacerlo ahora aunque me lo propusieran. El inglés ya me proporciona emociones fuertes más que de sobra, y el español no deja de enseñarme algo nuevo prácticamente a diario.


  3. ¿Solo traduce novelas o abarca otros géneros/campos literarios?

En los primeros compases de mi andadura profesional traduje páginas webs, textos publicitarios o videojuegos, por ejemplo, pero mi objetivo siempre fue traducir narrativa (de todo tipo, aunque sobre todo fantasía, ciencia-ficción y terror) y es esa especialidad sobre la que se cimienta la mayor parte de mi currículo.


  4. ¿Cómo consiguió su primer trabajo de traductor?

Pues, la verdad, con la insensatez y falta de previsión que caracterizaban al zagal alocado que estaba yo hecho mientras cursaba el cuarto y último año de carrera. Me encontraba en Escocia de Erasmus y, medio atemorizado por la idea que me había inculcado yo solito de que las primeras solicitudes de trabajo que enviase al terminar los estudios solo iban a recibir negativas o la callada por respuesta, me dije que, cuanto antes me quitase de en medio los noes, antes llegarían los síes. De modo que, ni corto ni perezoso, a las puertas de las vacaciones de Semana Santa del año 2000 me abrí mi primera dirección de correo electrónico y, desde los ordenadores de la biblioteca de la universidad de Glasgow, envié un raquítico CV-sonda a una editorial especializada en juegos de rol, a los que por aquel entonces era aficionado y de los que me consideraba bastante buen conocedor. Lo que menos me esperaba yo era recibir una respuesta al día siguiente, claro: que podía empezar cuando quisiera.
Y empecé de inmediato, ni que decir tiene. Aquel primer libro (un suplemento para Vampiro: Edad Oscura) lo traduje echando mano de un Collins misérrimo que tuvo que prestarme mi compañero de habitación, trabajando a boli sobre cuadernillo por las noches para luego pasarlo todo a limpio en los ordenadores de la biblioteca (ordenadores con teclado británico, para más ende) por las mañanas. Fue un disparate, en retrospectiva, pero, conociéndome, seguro que lo haría otra vez. Para cuando llegaron los exámenes finales de la carrera, escasos meses después, había traducido ya tres o cuatro manuales por el estilo y, desde entonces, he tenido la inmensa fortuna de poder encadenar un encargo tras otro durante dieciocho años seguidos. ¡Y que dure!


  5. ¿Prefiere traducir en solitario o, al contrario, le gusta traducir a cuatro manos?

Tiene algo esta profesión que atrae a los espíritus más sosegados e introspectivos, sin duda. Otras ramas de la traducción fomentan el trabajo en plantilla, en despachos compartidos, o incluso el cara a cara con los clientes, pero lo único que suele fomentar la literaria es el pasarse muchísimas horas a solas ante el teclado, sondeando las profundidades de encargos que nos pueden mantener ocupados durante varios meses sin interrupción. Teniendo esto en cuenta, no es que prefiera trabajar en solitario, sino que se trata de algo consustancial a mi labor, contaba con ello cuando decidí embarcarme en ella y nunca me ha supuesto ningún problema.
En aquellas ocasiones en las que he tenido el privilegio de compartir algún libro con otro compañero, este ha sido siempre alguien de confianza: con mi hermano Raúl García Campos, por ejemplo, profesional con apenas un par de años de experiencia menos que yo, he traducido varias novelas de Robin Hobb y fue una experiencia fantástica que no me importaría repetir en absoluto; con mi actual pareja, Pilar Ramírez Tello, traductora de Los Juegos del Hambre, Divergente, Guerra Mundial Z y un sinfín de títulos emblemáticos, tuve la suerte de compartir créditos hace años en El robot completo, una colección de relatos de Isaac Asimov; y ya más recientemente he podido trabajar codo con codo junto con David Tejera Expósito en la traducción de Planetas invisibles, una maravillosa antología de ciencia-ficción china recopilada por el no menos maravilloso Ken Liu, un escritor que me encanta y que no puedo por menos de recomendar a quienes todavía no lo conozcan.
Cabe matizar, por último, que, si bien para mí estas experiencias han sido muy esporádicas, hay compañeros para los que constituyen el pan suyo de cada día: Carmen Torres y Laura Naranjo forman un tándem excepcional, por ejemplo; el colectivo ANUVELA aglutina a varios traductores acostumbrados desde hace años a repartirse las muchas páginas que suelen tener algunos best-sellers; y Blanca Rodríguez cuenta en su haber con al menos dos traducciones compartidas (El archivo de atrocidades, junto con Antonio Rivas, y La constelación del perro, junto con Marc Jiménez Buzzi) de una calidad deslumbrante (La constelación del perro fue finalista del Premio de Traducción Esther Benítez en 2015, de hecho), por mencionar tan solo unos pocos ejemplos.


  6. ¿Cómo es para usted trabajar con varias editoriales a la vez? ¿Esta forma de trabajo es habitual en todos los traductores?

No en todos, puesto que hay modalidades del oficio que posibilitan estar en plantilla, pero la práctica totalidad de los traductores literarios somos profesionales por cuenta propia. Esto conlleva que ninguno de nuestros clientes pueda requerir nuestros servicios en exclusividad, so pena de convertirnos en lo que se denominaría «falsos autónomos». Como profesionales cuyos encargos suelen mantenernos ocupados durante muchos meses seguidos, las rachas de proyectos encadenados que se acuerden con alguna editorial en particular podrían dar la falsa impresión de que estamos ciñendo el ámbito de nuestra colaboración a un solo cliente, pero en realidad casi todos nosotros terminamos acumulando una cartera lo más variada posible.
Son muchos los factores que influyen en esto, no obstante. Quien haya encontrado un cliente que pague excepcionalmente bien, por ejemplo, será comprensible que le dé prioridad frente a otros. O quizá uno quiera ampliar su cartera de clientes y no le resulte posible, al menos no de forma inmediata. También puede ser que alguno de nosotros decida que trabajar asiduamente con una sola editorial y, por consiguiente, no tener que andar haciendo cábalas y malabarismos para cuadrar cinco o seis fechas de entrega anuales distintas, le sale a cuenta pese al riesgo siempre presente de que ese cliente, el día menos pensado, decida cesar su actividad por el motivo que sea y lo deje en una situación ciertamente comprometida.
Yo debo decir que me encuentro en la situación con la que siempre soñé, la verdad. No es por hacerle la pelota nadie, pero colaboro desde hace ya años con clientes muy diversos cuyas tarifas y plazos de entrega se mueven dentro de una horquilla más que aceptable y me dispensan un trato inmejorable. Lo único que lamento es no disponer de más tiempo para aceptar todas las propuestas que llegan a mi bandeja de correo un mes sí y otro también, procedentes prácticamente siempre de sellos con los que me encantaría colaborar si pudiera. Pero las horas del día son las que son y a mí ya no me dan más de sí, por desgracia.


  7. ¿Usted puede elegir los libros que traduce o se los impone la editorial?

Uno siempre es libre de llamar la atención a una editorial sobre cualquier título que le interese traducir, como lo será luego ella de aceptar o no su sugerencia. Sé de compañeros que así lo han hecho alguna vez, y con éxito, pero, al menos de momento, ninguno de mis intentos por emularlos se ha saldado con éxito.
Por lo demás, en calidad de trabajadores por cuenta propia, nadie puede obligarnos a traducir algo que no queramos (por el motivo que sea: falta de disponibilidad, reparos morales o de cualquier otro tipo, etcétera) antes de que se haya firmado un acuerdo, pero una vez superada esa fase inicial sí que se esperará de nosotros que cumplamos con nuestras obligaciones contractuales, claro.
El modus operandi habitual consiste en que las editoriales nos envíen sus propias propuestas de traducción, acompañadas por lo general con una fecha de entrega y una tarifa susceptibles de ser negociadas. Después, con la conformidad de ambas partes, se firmará un contrato que conlleve tanto unos derechos como unas responsabilidades para los dos. Como decía más arriba, nadie puede obligarnos a traducir lo que no queramos (por el motivo que sea: falta de disponibilidad, reparos morales o de cualquier otro tipo, etcétera) antes de que se haya firmado un acuerdo, pero una vez superada esa fase inicial sí que se esperará de nosotros que cumplamos con nuestras obligaciones contractuales, claro.


  8. ¿Un traductor se puede considerar escritor?

Los traductores y los escritores tenemos en común, entre otras cosas, que ambos somos autores. Así se recoge de forma inequívoca en el artículo 11 de la Ley de Propiedad Intelectual, que establece que: «Sin perjuicio de los derechos de autor sobre la obra original, también son objeto de propiedad intelectual [entre otras] las traducciones». En virtud de este hecho disfrutamos de una larga lista de derechos comunes: retributivos, de compensación equitativa por copia privada, protección frente al plagio, de transformación, reproducción, etcétera.
Por expresarlo de forma muy simple, todas las traducciones son el resultado de la transformación de una obra previa, de la cual se deriva una obra distinta. Aquí sí podemos establecer una diferencia fundamental, y es que It, El señor de los anillos o La historia interminable, por ejemplo, solo pueden haberse escrito una vez en sus respectivas lenguas de origen, mientras que traducciones de esas mismas obras pueden llegar a firmarlas multitud de profesionales distintos con el devenir de los años. Aunque esto daría para desarrollarlo aún mucho más, sospecho que la pregunta iba por otros derroteros.
Con mucha frecuencia se nos pregunta a los traductores literarios si no nos pica el gusanillo de escribir, de crear nuestras propias obras, de inventarnos nuestros propios personajes y someterlos a peripecias de nuestra propia cosecha. Lo cierto es que muchos de nosotros escribimos, algunos compañeros de profesión con más asiduidad e impacto mediático que otros, pero no es algo automático ni mucho menos imprescindible. Por mi parte, considero que ambas actividades son como líneas asíntotas: a primera vista se ven casi idénticas, parecen discurrir en paralelo y converger en el horizonte, pero, cuanto más de cerca las examina uno, más de manifiesto se ponen las características que en realidad las separan.


  9. ¿Cree que cuando una persona lee un libro extranjero se fija en el nombre de la persona que lo ha traducido?

No mucha, ni siempre para bien, aunque las cosas están cambiando en ese sentido. Que alguien se diga «pero ¿qué birria es esta que estoy leyendo? y acuda a la página de créditos para ver quién es el responsable de lo que él considera un desaguisado suele ser más habitual que estar inmerso en la lectura de un libro disfrutando de cada desternillante línea de diálogo, de cada descripción evocadora o cada adjetivo exquisitamente plasmado, e interrumpir la lectura para ir a mirar el nombre del traductor al que le debe tan grata experiencia. Cada vez se nos presta más atención en ese sentido, no obstante, y no siempre durante o después de la lectura, sino también antes incluso de comprar un título en particular.
Del mismo modo que un melómano tiene sus directores de orquesta predilectos y puede anteponer la experiencia de escuchar la Quinta de Beethoven interpretada por Lorin Maazel a hacerlo dirigida por la batuta de cualquier otro de sus homólogos, también algunos lectores tienen sus traductores de cabecera y sus a-ti-ni-con-un-palo-bicho. Para que esto sea posible, no obstante, para visibilizar nuestro nombre y nuestra labor a fin de que tanto nuestros clientes potenciales como la prensa especializada, los lectores de a pie y cualquiera, en definitiva, que sienta interés pueda conocernos y reconocernos mejor, resulta imprescindible que se nos identifique con claridad tanto en los libros que traducimos como en las fichas técnicas de catálogos, reseñas, etcétera. Si en un comentario sobre cualquier novela extranjera traducida hay sitio para pormenorizar cuántas páginas tiene, cuál es su ISBN o incluso el gramaje del papel y las dimensiones exactas de sus cubiertas, ¿cómo podría no haberlo para acreditar a la persona responsable de verter a nuestro idioma todas y cada una de las palabras que la componen?



  10. ¿Piensa que en España no se les da a los traductores la importancia que realmente merecen?

Por describirlo de forma simplificada, el ejercicio de la traducción promueve el intercambio de información y el entendimiento de un mismo mensaje entre emisores y receptores (por lo general) sin un mismo idioma en común. A lo largo de la historia, por tanto, nuestro trabajo ha sido fundamental para la difusión de la cultura y el desarrollo de las distintas civilizaciones.
Basta con asomarse a los titulares y las noticias de una jornada cualquiera, no obstante, para constatar que el trabajo de los traductores suele representarse, cuando lo hace, en tonos francamente desfavorables: intérpretes que se quedan abandonados a su suerte en zonas de conflicto tras la retirada de alguno de los dos bandos, turistas desamparados frente a agentes de la ley a los que no se les ocurre contratar a quien podría ayudarles a comprender lo que dice esa persona que no habla su idioma, programas culturales que alegan impedimentos técnicos impropios del siglo XXI para no citar el nombre de las personas encargadas de verter a nuestra lengua las obras que diseccionan, aficionados a productos lúdicos que alaban una traducción cuando creen que esta es obra de aficionados y acto seguido barren el suelo con ella tras descubrir que en realidad la firma un equipo de profesionales, manuales de instrucciones pasados por el traductor automático de turno que no hay quien los entienda, artículos de la prensa extranjera reproducidos por la nacional sin ver más allá de la primera acepción literal de cada palabra que salga en el diccionario… Abundan este tipo de ejemplos, como decía. Los podemos encontrar a diario.
A título personal, sin embargo, procuro ser optimista. En mi entorno más cercano, tanto personal como profesional, detecto desde hace años una tendencia cada vez mayor a fijarse en nuestro trabajo o interesarse al menos por él en un intento por llegar a conocerlo mejor. Lectores que buscan tu nombre en los créditos de un libro antes de comprarlo o te escriben para felicitarte por tu labor tras haberlo leído, editores que piensan directamente en ti a la hora de incluir en su catálogo algún título en particular, periodistas que se ponen en contacto contigo y te brindan la oportunidad de desvelar los pormenores de tu profesión a un público amplísimo, escritores que desde sus ponencias o sesiones de firmas aprovechan para manifestar que gracias a tu labor sus libros se enfrentan a menos fronteras… Aunque todavía quede mucho camino por recorrer, considero que lo antes expuesto y más ejemplos que puedan habérseme quedado en el tintero denotan un reconocimiento cada vez mayor de la profesión.


  11. La primera mujer traductora al inglés de La Odisea, Emily Wilson, ha descubierto que muchos traductores anteriores habían incluido términos sexistas y misóginos que no existían en la obra original. ¿Qué opina al respecto?

Por lo que he leído, las declaraciones de Emily Wilson ponen de manifiesto la existencia de una subjetividad posiblemente excesiva en interpretaciones anteriores de la obra de Homero, sobre todo en la influyente (para los anglosajones) versión de Robert Fagles, académico cuyas traducciones al inglés tanto de la Odisea como de la Ilíada y la Eneida le granjearon multitud de premios y nominaciones a lo largo de su carrera. Habida cuenta de que cualquier tiempo anterior al que vivimos fue menos receptivo a las cuestiones de diversidad sociocultura, étnica y sexual, no me cuesta creer que la antedicha subjetividad se manifestase en forma de elecciones lexicográficas o terminológicas que hoy consideraríamos inadecuadas o, cuando menos, políticamente incorrectas. Si esto actuaba en detrimento del fondo y la forma del original y la nueva traducción de Emily Wilson lo subsana, bienvenida sea.


  12. ¿Es inevitable que los autores se arriesguen a ser traducidos erróneamente y que su obra carezca del sentido que quisieron darle?

Tan inevitable como que un tren descarrile, un cirujano se deje la gasa dentro de su paciente o se estampe contra el suelo un paracaidista: no es algo que suceda todos los días, aunque alguna vez haya ocurrido y pueda volver a ocurrir, se trata de un riesgo en potencia consustancial al oficio. Por suerte tenemos las librerías repletas de libros maravillosamente bien traducidos por multitud de profesionales que han dedicado muchísimos años a formarse e invierten todas las horas del mundo en acercarnos la mejor versión posible en cada momento de todos y cada uno de los textos que pasan por sus manos. Lo verdaderamente inevitable, supongo, es que para la mayoría de la gente señalar cualquiera de sus posibles errores resulte más entretenido que enumerar sus aciertos.


  13. ¿Cuáles son sus influencias literarias?

Disfruto enormemente leyendo cómics, me fascina todo cuanto los rodea. Y en cuanto a narrativa, pese a haber sido siempre bastante omnívoro, siento una predilección especial por la fantasía, la ciencia-ficción y el terror, género este último al que se adscriben casi todos los relatos que me han publicado alguna vez. No le hago ascos a ninguna otra rama de las letras, pero estos son los tres que mayores satisfacciones me han dado y a los que vuelvo una y otra vez.
Por lo que a traductores respecta, siento un profundo respeto y admiración por la apabullante bibliografía de Francisco Torres Oliver (Dickens, Austen, Stoker, Lovecraft, Shelley, Stevenson…) y la ya tristemente fallecida Matilde Horne, quien contribuyese a acercarnos la obra de Bradbury, Tolkien, LeGuin, Aldiss o Lessing, entre muchísimas otras grandes figuras. Otros compañeros de fatigas cuyo trabajo es para mí una auténtica inspiración: Celia Filipetto, Cristina Macía, Carlos Mayor, Gemma Rovira… muchísimos, la verdad.


  14. ¿Cuál es el libro que más le ha gustado traducir? ¿Y el autor?

No sabría quedarme solo con uno, he tenido la suerte de traducir a una enorme variedad de escritores a lo largo de los años y prácticamente todos me encandilaron por una u otra razón: Paolo Bacigalupi, Brandon Sanderson, Peter Watts, Laird Barron, M. John Harrison, Asimov, Lovecraft… Siempre he destacado, sin embargo, la positiva influencia que ejercieron sobre mi manera de entender el oficio los primeros títulos de Robin Hobb y Jonathan Carroll que pasaron por mis manos. Las obras de ambos autores, tan distintas entre sí pero igual de exigentes cada una a su propia manera, me plantearon una serie de retos sin los que ahora estoy seguro de que no desempeñaría mi labor como lo hago.


  15. ¿A qué escritor le gustaría tener la posibilidad de traducir en un futuro?

A Stephen King, por supuesto. Sus libros me acompañan desde hace tanto tiempo que sería para mí un auténtico honor traducirlo. Ya menos conocidos, pero también deliciosamente aterradores y sugerentes: David Nickle, Michael Rowe, Michael Cisco o Stephen Graham Jones, por ejemplo.


  16. ¿Podría avanzar a todos los lectores del blog alguno de los proyectos que tiene en mente para el resto del año?


En el momento de escribir estas líneas faltan pocos días para que la editorial Nocturna saque a la venta Desaparición en la Roca del Diablo, de Paul Tremblay, una novela de suspense con tintes sobrenaturales (o no) que abunda en la escasa fiabilidad del narrador de la que ya hiciese gala Una cabeza llena de fantasmas, su debut en español el año pasado. Aparte de este título, de aquí a diciembre debería haber traducido al menos tres más para otros tantos sellos distintos, pero estos todavía no han anunciado su lanzamiento y los acuerdos de confidencialidad me obligan a guardar un respetuoso silencio.
Entremedias sigo esforzándome por avanzar lento pero seguro con un libro que algunos lectores me consta que esperan con ganas: Too Like the Lightning, de Ada Palmer, el cual sin duda se ha convertido ya en el proyecto más ambicioso y exigente al que haya tenido el placer de enfrentarme en todos mis años de profesión. En palabras de Elías Combarro, cuyo blog Sense of Wonder no puedo por menos de recomendar a todos los aficionados a la ciencia-ficción, Too Like the Lightning es «una novela increíble. Es inteligente, extraña y totalmente hipnótica. Pero, sobre todo, es única y completamente diferente de cualquier cosa que me haya encontrado anteriormente», palabras que suscribo punto por punto. La editorial española encargada de acercarnos esta magistral obra de Ada Palmer es Insólita, capitaneada por Christian Rodríguez, a quien aprovecho para agradecer sinceramente desde aquí la confianza depositada en mis aptitudes. Confío en que el resultado final consiga estar a la altura de las expectativas.


¡Muchísimas gracias por su tiempo!

A ti por invitarme a participar en tu blog, y a los lectores que hayan llegado hasta aquí por compartir estos momentos conmigo. ¡Felices lecturas!


¡Ahora puedes recibir semanalmente más artículos como este por correo electrónico!

No hay comentarios:

Con la tecnología de Blogger.